El dolor crónico, una de las principales características de las fases avanzadas de la artrosis, supone un problema de salud pública de graves repercusiones sociales y económicas. En atención primaria, la mayoría de consultas (aproximadamente la mitad) se debe al dolor crónico. De estas consultas, 8 de cada diez se deben a trastornos musculoesqueléticos tales como la artrosis, que suponen una significativa pérdida de calidad de vida de los pacientes. Por otra parte, el tratamiento del dolor es algo muy complejo. Varía de una persona a otra, pues la sensación de dolor es subjetiva y puede modificarse en función del tiempo que lo hayamos experimentado. El tratamiento del dolor crónico debe seguir estrictos criterios de seguridad, que eviten posibles interacciones farmacológicas, entre otros factores. Es necesario un abordaje multidisciplinar que afronte el dolor en múltiples ámbitos, psíquicos, sociales y bioquímicos.
Asimismo, el uso de fármacos para el tratamiento del dolor crónico en artrosis conlleva una serie de problemas asociados. Numerosos estudios han demostrado las contraindicaciones del consumo regular de anti inflamatorios no esteroides (AINE) para la artrosis: su abuso o uso inadecuado puede provocar problemas gástricos, cardiovasculares y renales, entre otros. Es más, se ha detectado un aumento del consumo incontrolado de opioides para el tratamiento del dolor. Los opioides, como el fentanilo, utilizados para el manejo del dolor oncológico, son altamente adictivos. Su uso incontrolado ha provocado una devastadora epidemia de adicción en EE.UU., donde (según datos de marzo de 2018) mueren cada día 115 personas a causa de una sobredosis de opiáceos.
En este sentido, los expertos reunidos en el XXIII Congreso Nacional de la SEFAP (Sociedad Española de Farmacéuticos de Atención Primaria) el pasado mes de octubre de 2018, alertaron del peligro del consumo incontrolado de opioides, pues estos se están convirtiendo en «piedra angular» del tratamiento del dolor; estos fármacos están siendo recetados de forma innecesaria, y sin el seguimiento adecuado, pese a que guías clínicas como la del servicio de salud vasco (Osakidetza) desaconseja su uso debido a la falta de evidencia de su eficacia, así como una incidencia de efectos adversos relativamente alta, por lo que tan sólo debería indicarse a corto plazo a pacientes con dolor severo incapacitante y sin otras alternativas terapéuticas.
Según el Dr. Paredero, farmacéutico de atención primaria del servicio de salud de Castilla la Mancha (SESCAM) hoy día la mayoría de pacientes que consumen opioides lo hacen para controlar el dolor crónico no oncológico, para el cual la eficacia de los opioides está «muy cuestionada». A fin de prevenir una epidemia de consumo de opioides similar a la estadounidense, diversas administraciones sanitarias han lanzado programas de control y seguimiento de pacientes que consumen de forma regular opioides, o que lo hacen fuera de indicación. Por tanto, los riesgos de seguridad cada vez mayores de AINE y opiáceos hacen que las medidas no farmacológicas y el fomento de estilos de vida saludables que ayuden a prevenir o ralentizar la progresión de la artrosis sean claves para el manejo del dolor. El tratamiento del dolor no puede ser únicamente farmacológico.
